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CONTESTACION Á LAS NOTAS
DEL
Puro. Sr. D. Manuel Serrano y Ortega
en su libro
Noticia Histórica de la Devoción y Culto
QUE i.A M. X. V M. L. Ciudad de Sevilla ha profesado
Á LA Inmaculada Concepción de la Virgen María
DESDE LOS TIEMPOS DE LA ANTIGÜEDAD HASTA LA
]>RESENTE ÉPOCA
SEVILLA
“Lja iLncialucía Moderna,,
MDCCCXCIV
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CONTESTACIÓN Á LAS NOTAS
DEL
Puro. Se. D. Manuel Serrano y Ortega
en sti libro
Noticia Histórica dii la Devoción y Culto
QUE LA M. N. Y M. D. Ciudad de Sevilla iia profesado
Á LA Inmaculada Concepción de i.a Virgen María
DESDE LOS TIEMPOS DE LA ANTIGÜEDAD HASTA LA
PRESENTE ÉPOCA
SEYII.LA
AndeLluGÍa, iMociema,,
3II)CCCXCI V
A LOS Lectojíes
El autor del ])resonte folleto les ruega eucarecidainoiite á
aíjuollos que posean el libro del Pbro. Sr. Serrano, que lo con-
cedan la honra do unir estos })obros renglones á la magna obra
del S]'. Sacerdote, i)ues si en ella se contienen los ataques, justo
es que en olla(|uede tam})ién consignada su defensa.
•r
DEDICATORIA
Al Excmo. Sr. Marqués de Jerez de los CUralleros
Bien ageno esfarhi V., ciertawonte, amigo ostmadísimo, deque
al costear con su acosiumhrcida largueza la impresión de la ohra del
Fhro. Sr. Serrano, en que se Jiisfória el Cnlto de la Concepcum de
Nuestra Señora en esta Ciudad, contrihuia indirectamente á mi .
Jlagelación literaria. Ni por su mente de V. ni por la de nadie
pudo pasar, que demanera tan sigilo.sa é. inopinada, fuese go víctima
de las tremebundas y formidíddes acometidas de un contertulio, coa
quien casi diío'iamente comunicaba, pero es lo cierto, que al tiemqm
mismo que esto ocurría, en el silencio de su gabinete iba él qirepa-
rando los proyectiles, que en forma de notas habría de dispararme;
qior más que yo siga creyendo (pie aquéllos, en vez de ser mortíferos,
como <il pretendió, jmeden más bien (‘quipararse por sus efectos á
los de inocentes burbujas de jabón. No obstante, ateniéndome á las
caritativas intenciones que demuestra la acometida del señor
Serrano, á título de un qd atómico y trasnochado patriotismo, fíicH
de expresar con el labio, pero no de traducirlo por hechos imles y
positivos, héme visto obligado á salir á mi defensa, y pienso ique
V., á su vez, no hahrá de negarme los medios que estén á su alean-,
ce para obtener e.ste fin, siquiera .sea atendiendo al tantico de culpa
— 8 —
ilue ü V. alcansa, por lo^ efectos de S)i JiheraUdad. Acudo, 2)nei>-, á
r. 2)ara que, 2)or su mediddóii, haqa llegar cjemptlares dd presente
folleto (i los sujetos misinos á quienes ha obsequiado con el volamen
del Sr. Serrano, g de esta suerte, una vez que aquéllos hagan sa-
boreado los delicados frutos dd ingenio g de la doctrina del señor
Sacerdote, qaiedan atinadamente establecer el paralelo entre' sus
delicadezas g mis juicios secos, fríos g descarnados, para otorgar la
razón éi quien la tenga.
De la bizarría de V., amigo mío, espero que no negaréi esta
gracia éi su afectísimo, que le anticipa el testimonio de su recono-
cimiento g 1 . b. 1 . m.,
I
I
Amiciis Plato, sed magis amica veritas,
c
l^uán triste sea. la condición de los que en estos benditos
tiem})os escribimos, vei'dad es tan ]ialmaria que huelga todo ra-
zonainiento para demostrarla, y así es que, como gajes del oficio,
se consideran las fatigas del espíritu y los quebrantos del cuerpo,
))or lo cual ¿qué mayor bobada que la de ocuparse un hombre
año tras año en formar un volumen, para que á la postre se en-
cuentre con el bolsillo enteco, sin una blanca que lo alegre, y, lo
que es peor, amenazado de servir de estafermo en que prueben
el agudo corte de sus mandobles los coléricos ó biliosos? Hé
aciuí, lector, que en este caso me encuentro, y si no lo has por
enojo, á tí (juiero acudir para buscar con tu comunicación el
consuelo que hé menester.
Hallábame no há muchos días en el rincón de mi casa, á
vueltas con libros y papeles, cuando á deshora sorprendióme la
visita de un mi amigo, que, entre cabizbajo y pesaroso, puso
sobre mi mesa un gran volumen pulcramente impreso, y seña-
lándome cuatro registros, que én otras tantas partes del libro se
2
10
parecían, díjome: abre los ojos y lee, que el caso no es para con-
tento ni regocijo; antes bien para que rompas la pluma y te
acojas á un yermo y hagas penitencia por los pecados, que con-
tra esta tu patria has cometido, y á quien, no como hijo, sino
como el peor de los extraños, has tratado. No sé qué miré antes,
si el título de la obra ó el nombre del autor, que al pronto creí
conocer, si bien luégo me afirmé en que no era el de la misma
persona á quien frecuente y amistosamente venía desde hace
tiempo tratando, sino un su homónimo en nombre y apellido.
Intitulábase el libro nada menos que esto: (rlorias sevillanas . —
Noi'icia histórica de la devocióm y culto (¡ue la muy nohle y muy leal
ciudad de Sevilla ha profesado á la Tnmaculada Concepción de la
Viryen María desde los tiempos de la antiyüedad hasta la presente
época; y su autor, el Presbítero D. Manuel Serrano y Ortega.
A los ])ocos renglones (|ue repasé de una interminable
cuanto razonadísima y ca.stiza nota, convencíme aun más de
que su autor no era quien yo juzgué al principio, ponjue estoy
certísimo de que el Presbítero de aquel mismo nombre y apelli-
do, persona de a])acible condición, en extremo cortés, leal y
sincera, al disentir conmigo en determinados puntos históricos
ó artísticos, algo habríame dicho desús propósitos, siquiera ])or
corte.sía, á lo menos })ara ])revenirme, yaque no hubiese (juerido
discutir los puntos antes de dar á luz su obra. Mas aparte de
esto, y como yo siguiera hojeando el volumen, ]mde advertir un
cierto tufillo á l)iliosa malevolencia, una mal di, simulada inquina,
una intención tan pobre de hacerme pasar por mal sevillano y,
sobre todo, una manera de meterse de rondón á interpretar el
sentido de frases, no como las e.'^cribí, .sino como á sus intentos
(•uadi-al)a, que desde luégo rechacé el mal pen.^íamiento de que el
l^resbítero Sr. Serrano, á (juien yo trataba, fuese el autor de
aquellos formidables botes de lanza, que tan sin piedad so me
dirigían. De este, al parecer enemigo, voy á tratar de defender-
-li-
me, recomendándole por amor de Nuestro Señor que procure
calmar su nervioso temperamento y su fo.oosa excitabilidad,
mojando su péñola, no en acíbar, sino en tinta, pues si lo
contrario hace ¿habrá de pretender que los pobres ]>ecadores iio
investidos con Sagrados Ordenes ni fortalecidos como él con el
ejercicio de las virtudes, tengamos la mesura y continencia de
que á las veces se olvida de dar eJemploV
Una nota de 22(5 líneas del tipo S elzeveriano ha necesitado
el señor sacerdote i)ara conf und ¡ rnos, ] )robando á su manera (¡Oíos
nos valga!) que la iniageu de Nuestra Señora de la Antigua, ve-
nerada en su capilla de la Catedral, no es una pintura del siglo
XÍV, como nosotros asegmamos, sino la mismísima efigie, obra
de los ángeles, que veneraron los visigodos y desj)ués los mozá-
rabes, ante la cual, y durante el cerco de esta ciudad, inás de
una noche vino á postrarse desde su real Fernando 111, divino
simulacro que obró el })rodigio de manifestarse rodeado de célicos
res])landores, á través del grueso muro de piedra levantado pol-
los musulmanes, para ocultarlo en su mez([uita, ya que les fué
imposible destruirlo (1). Examinemos separadamente cada uno
de estos asertos. Confundir //o// los cai-acteres de una pintura ó
escultura visigoda con las ejecutadas en los siglos Xlll ó XI C,
arguye tal desconocimieiito de los buenos princii)ios do ci-ítica
(i) Tratando un dootísiino escritor do las ai)ócrit'as im-.ÍH'onos ({uc,
según la tradición, fueron pintadas y esculj)idas por San Lucas, dice; . Prin-
cipió esta serie de íahiilas en el siglo X V y continuó durante el siglo XVI.,
viniendo por desgracia á ratificarlas, confirmarlas y pro{)alarlas aun más eí
turbión de falsos cronicones, historias fabulosas, niiíagros fingidos y reliipiias
apócrifas, que desde fines de aipiél y principios del siglo XVll inundó
nuestras iglesias y nuestra literatura religiosa. Contiábuyó nuuílio pai-a ello
la detestable y laxa escuela, si es que merece el nombre de escuela, y no de
secta, la cual estima que no era {jecado inventar milagros falsos, siempre
que esto cediese en honra de Dios y provecho de las almas.
Vida de la Virgen María con la historia de su culto en Espaila, por don
Vicente de la Fuente.— Cox i'kr.miso i»k i,.v actouid.ví) Kcr.KsiÁ.STicA,.
— 12 —
arqueológica, que sólo puede ocurrirse á los que ni se han ocu-
pado en estudiar comparativamente las producciones artísticas
de las diferentes épocas de nuestra historia, ni se han detenido
en observar sus diversas evoluciones, las influencias ([ue reciben
y las modilicacioiies que experimentan hasta llegar á su a})ogeo.
A la crítica arqueológica, de la cual no sin cierto desdén habla
el señor sacerdote, débese boj" en [)rimer lugar haber llegado al
conocimiento de la relativa cultura de los visigodos, negada por
escritores como Cean y Llaguno, que no imaginaban, con perdón
del Sr. Serrano, en pasai’ á la posteridad como infalibles. Ni
fueron sañudos destructores de los monumentos romanos ni ca-
recieron de ai’te propio, pues (pie hoy se denomina al que
emplearon en sus fábricas latino-bizantino, en vista de los carac-
teres ({ue ostenta. Pillos recogieron el depósito de la tradición
romana decadente, en la que iban confundidos los elementos del
arte neo-griego, y, por tanto, en las innumerables construcciones
religiosas por ellos erigidas sobre el suelo patrio, refléjase, como
era natural, el gusto de los vencidos.
Los templos, pues, que se levantaron en España, más espe-
cialmente desde que Ilecaredo estableció la unidad religiosa en
sus estados (pues suponemos que el Sr. Serrano no pretenderá
llevarnos á los días de Ataiiagildo), tuvieron que Ser trasunto «
más ó menos fiel de los erigidos en Bizancio y en Italia; y de
estasuerte, si atribuimos el origen de la pinturade Nuestra Señora
de la Antigua á la misma época en que aquel monarca abjuró
del arrianismo (581)), (pues tratándose de una imagen, que con-
vendrá al Sr. Serrano en que está muy bien ejecutada, no
deberemos suponerla procedente de una época de adelanto)
entonces, tenemos ya reducido el período en que hubo de ser
])intada á los 122 años que mediaron desde aquella fecha á la
de la irrupción agarena. Bien sabido es de todos el esplendor y
fausto de los monarcas visigodos, émulos de los que gobernaban
en Bizancio, y si pues uno mismo puede decirse que era el arte
en ambas monarquías, y muy análogas las costumbres suntua-
rias, será lógico suponer que los templos españoles estuvieron
decorados con ricos mármoles, pinturas y mosaicos como aqué-
llos. Vengamos ahora á estudiar las representaciones gráticas
de santos y personajes que aun ornan los muros de los templos
construidos con arreglo al gusto bizantino, y podremos deducir
si la pintura de la Antigua ofrece los mismos caracteres que
aquéllas.
Admitido el hecho de la existencia de pinturas murales en
las igle.sia3 vi.sigodas, escuchemos ahora lo que nos dice San
Isidoro acerca del procedimiento empleado por los pintores de
su tiempo. «Ahora, dice, lo8 pintores trazan xn'ioiero las líneas
y algunas sombras de la futura rexmesentación, y cúhrenlas des-
pués ron los colores.» ¿FIs así, por tecnicismo tan rudimentario,
como está pintada Nuestra Señora de la Antigua? Un doctísimo
escritor de nuestros días, el Sr. D. José Amador de los Kíos,
dice; «Prescindiendo de las muchas imágenes de la Virgen,
pintadas en muros antiquísimos, cuya fecha ponen las leyendas
PIADOSAS mucho más allá de la invasión mahometana, cumple
observar sin recelo que hubo de ser en nuestra Península
conocida y ejecutada la pintura mural, no ya sólo durante la
monaríiuía visigoda, sino en los primeros siglos del Cristianismo.
A la verdad, no se ha trasmitido á los tiempos modernos monumen-
to alguno real y positivo de estas remotas éimcas que produzca
prueba concluyente - de ambos asertos». ¡Qué lástima que el
Sr. Serrano haya perdido la ocasión de descargar otro cintarazo
sobre aquel escritor, llevado de su piadoso celo y pasmosa crítica.
Tenemos, pues, que una autoridad como San Isidoro nos demues-
tra la inocencia é imperfección del arte pictórico visigodo, y un
criticó como el Sr. Amador de los Ríos, que tan á fondo conocía
las antigüedades sevillanas, afirma que no se ha trasmitido á los
— 14 —
tiempos modernos monumento alguno real y positivo de aquella
época. Después de estas dos citas, en verdad que huelga el
ofrecer otros testimonios; no obstante, acudiremos á los que se
conservan actnalmente fuera de España, para que los espíritus
inquietos se convenzan de lo absurdo y erróneo de sus opiniones.
¿Qué puntos de semejanza ofrece el arte revelado en los mo-
saicos de Kávena, de San Vital, el Baptisterio y San Apolinar el
Nuevo, con el que caracteriza á Nuestra Señora de la Antigua?
VQué analogías se encontrarán entre ésta y el gran mosáico de
Santa Sofía, que figura á Cristo sentado en su trono, adorado
por dustiniano, en cuya hermosa obra muéstrase á la derecha
del Señor un medallón con la cíibeza de la Virgen, que en nada
se parece ciertamente al venerado simulacro hispalense? Compá-
relo también elSr. Serrano con las ilustraciones del M.S. deDios-
córides de Viena, con las del Siriaco ejecutado en 580 (coetáneo,
por tanto, de Recaredo), que se conserva en Pdorencia, con las
del de ( 'osmas y con tantos otros que pudieran citarse. Y no se
arguya que los ejemplos que acabamos de aducir son de los
mejores por su mérito artístico, porque siéndolo, precisamente,
ninguno de ellos puede, ni con mucho, competir ni emular en
perfección con la pintura de la Antigua, y no hemos de consig-
nar el absurdo de creer que se diera el caso singularísimo de (jue
los visigodos estaban más adelantados que los neo-griegos ó
bizantinos é italianos, sus maestros, por(][ue de tamaños contra-
sentidos no ofrecen ejemplos las historias de los pueblos.
Con lo dicho queda evidenciado que, revelando la pintura
de la Antigua mucha má,s perfección que la de la mejor obra
bizantina délas ejecutadas desde el siglo VI á fines del VII, no
podemos atribuirle a(|uel origen, pero en nuestro deseo de
comprobar la opinión que sustentamos, estudiaremos brevísi-
mamente el desenvolvimiento del arte patrio hasta llegar á la
XIV.» centuria.
— 15 —
Con la invasión musulmana sufrió aquél un ^olpe rudísimo,
mas no llegó á extinguirse; antes por el contrario, vérnoslo
' reaparecer reflejando sus producciones los mismos caracteres
que tuvieron las obras visigodas, como aconteció con la arqui-
tectura, de que son pruebas irrecusables las iglesias asturianas
de San Miguel de Linio, anterior á 84(5, Santa María de Jaran-
eo, San Salvador de Valdediós y Santa C'ristina de Lena. En el
primero de los templos citados, descubrió el insigne Amador de
los Ríos restos importantísimos de pinturas murales, ncijo (Jimio,
dice, era rudo, seco eJ color é ingenua la disposición de sus lineas
(f eneral es, caracteres que convienen con el procedimiento de que
nos habla San Isidoro. Son, pues, los enunciados preciosos datos
para juzgar del estado del arte pictórico en el comedio del siglo
IX. Continuando nuestro estudio cronológico, examinemos un
inapreciable ujonumento pictórico del X, cual es el famoso
('ódice Albeldense ó Vigilano, yen sus iluminaciones adviértese
claramente que continúan vivos los mismos caracteres que en la
anterior centuria, hecho de que persuaden también las pinturas
murales del Panteón de los Reyes en la Basílica Isidoriana de
León, construida después de 1052 por Fernando I, hablando de
las cuales se expresa así el eminente arqueólogo antes citado*
«Contrastan ciertamente en ellas la falta de ])roporciónA la
inexperiencia del dibujo natural, que va, sin embargo, saliendo
d(d caos de los siglos prcccdcnles, con la riqueza de los panos, la
brillantez de los colores y el esmero prolijo con que todos los
l)ormenores se bailan ejecutados..., etc. Después de éstas pin-
turas examínense las del coro del ISIonasterio Sanjuanista de
Sigena, ejecutadas á flnes del XII ó en los albores del XIII, en
las cuales continúan muy visibles la rijide.? y saptedad en el <h
seño, la inexperiencia ó ignorancia del desnudo, flaquean sobre
modo las jmoporciones y son muy grandes las manos y los
pies. A esta misma época corresponden los iiotabilísinios frescos
ir. —
de la ermita del Santo Cristo de la Luz en Toledo, que ofrecen
á la primera ojeada algunos puntos de analogía con nuestra
imagen de la Antigua, si bien ésta les sobrepuja muy mucho en
perfección, por su dibujo, grandiosidad, ex]n’esión y belleza de
tintas, como producto de un arte que en el siglo XTY tuvo ya
fidelísimos intérpretes.
Llegados al .siglo XllT, contamos con ejemplos tan notables
como son las iluminaciones de los Códices de las Cantigas, del
Ajedrez, de los Dados y de las Tablas, en las cuales aparece
claramente que el arte toma nuevos rumbos, viéndose osten-
sible la evolución del románico al ojival, á que decimos por ex-
celencia cristicuw.
Queda plenamente demostrado que en ninguno de los
monumentos pictóricos de que dejamos hecho mérito,' desde
fínes del siglo VI hasta el XIIl, hallamos semejanzas ni aun
analogías con la pintura mural de Nuestra Señora de la Antigua,
pues ésta revela un notable adelanto y gran perfección, de que
carecieron las obras españolas durante los períodos latino-bizan-
tino y románico, cualidades que alcanzaron ciertamente en el
siglo Xiy, época esplendorosa para nuestras artes, y en la cual
comenzamos á sentir las influencias de los grandes maestros
extranjeros.
X’o terminaremos sin consignar antes, haciéndola nuestra,
la opinión que mereció la Sagrada imagen de la Catedral hispa-
lense á un ilustrado crítico de BeJlas Artes, también como
nosotros denwledor de las fradicioaes sevillanas. .Dice así el
señor Sentenach; «Analizando ahora estas primitivas pin-
turas (las de la Antigua, del Coral y de lioca Amador) con
arreglo al crítico arqueológico, nos convenceremos más y más
de lo que antes afirmamos. De ningún modo se pueden consi-
derar estas obras anteriores á la reconquista: absolutamente
ninguno de los caracteres privativos de las Vírgenes bizantinas
— ir
convienen con ellas, aunque su aspecto general recuerde este
origen desde luego. Por su actitud, sus contornos, su expresión
de dulzura, la colocación del Nifio Jesús y los detalles orna-
mentales como la corona y traje, se encuentran fuera de tal
arte».
Ahora escuchemos al doctísimo D. Vicente La Fuente, por
si acaso con los testimonios citados no tiene bastantes pruebas
el Sr. Serrano para convencerse de sus errores. Después de co-
piar las piadosas leyendas consignadas por el P. Villafane de
ser obra de ángeles y del portento que obraba el devoto simula-
cro do lanzar vivísimos resplandores ciue atemorizaban á los
musulmanes, dice el ilustre escritor: «Lo mismo repite (Villafa-
fie) más adelante, pero también bajo palal)ra de honor y sin
prueba íúgmvd, prorcdimienfo (pie aihiiife niiiif hien fácilmente ¡a
devoción, pero por el cual no ni la historia ni la buena
critica; pues si á veces, aun con pruebas al parecer buenas, no
se admiten ciertas narraciones y tradiciones legendarias, por ser
realmente aquéllas frívolas ó inciertas, ¿qué será cuando no se
da prueba alguna? ¿Y es posible que de un milagro tan estu-
pendo como este nada dijera el gran historiado]’ San Isidoro?
Fste santo, que al hablar de la pintura nos dejó tan bellas y
curiosas noticias acerca del arte antiguo, ¿es po.sible que nada di-
jera acerca de esta ])rodigiosa eíigie y su angélica jn'ocedencia?»
Vea, ])ues, el Sr. Serrano, y sin que hablemos ex-cátedra, como
él caritativamente supone, que al clasiíicar la efigie de que
tratamos por del siglo XIV, no la juzgábamos, según gratuita-
mente atirnia, desprovish^s de fundamentos ni razones, con
arreglo á un criterio particular, y, por tanto, vése claramente la
ligereza con ((ue deja correr.la pluma para zaherir á un sevillano
porque opina que la veneranda imagen no procede de la época
visigoda, y })orque así lo haya hecho constar en una obra que
costea el erario de la ciudad. Xo debía ignorar el Sr. Sacerdote
3
que ese sevillano ba preferido siem])re que lamenten sus extra-
víos y errores las almas sensibles, como la suya, antes que
hacer traición á sus .convicciones, que, ])or ser tan sinceras
como profundas, merecerían á lo menos el respeto de los que
de buena fé las juzgasen, máxime cuando el Sr. Serrano
ha podido convencerse de ([ue nos sobran fundamentos para
comprobar nuestra oj)inión, á que él llama.... cualquier cosa’
criterio particnlar . »
Todo este largo discurso escuchó mi amigo pacentísima-
mente, y como ni es colérico ni bilioso, antes bien humilde y
muy discreto, despidióseme muy coitésmente, y salió repitiendo
esta frasecilla, que el vulgo atribuye á un temido monarca espa-
ñol: Huhlar del arquifrave, es hablar de lo qne no se sabe.
\
n
N,
uestros lectores han podido ya apreciar los profundos cono-
cimientos que en la historia del arte revela el Sr. Serrano al
considerar como visigodo nn monumento pictórico del siglo
XTV, y que por cierto fue muy , restaurado en el XVI;
pero como error de tanto bulto había por fuerza que es-
tablecerlo sobre algún fundamento, él, que desconoce los
caracteres distintivos de las obras artísticas, por propia confe-
sión, y que desdeña las enseñanzas de la arqueología como
ciencia modernísima sin principios ciertos y fijos, á la cual no
hay que dar mucho crédito, asienta el fortísinio monumento de
su juicio sobre la roca inquebrantable de la tradición y de los
historiadores que vivieron en la XVl.'^ centuria, por considerar
á la una y á los oíros mucho más fehacientes y seguros que
cuanto nos dice y enseña el mismo monumento. Dueño es caxia
cual de seguir uno li otro rumbo, y no trataremos por cierto de
demostrar al 8r. Serrano, que ni todas las tradiciones pueden
aceptarse como artículos de fé, ni hay que dar entero crédito á
los historiadores qnelas consignan, y tan ajustado es este criterio
a lo discreto y conveniente, (jue aun en materia religiosa vemos
á un varón tan insigne como Melchor ( ano, que «lamentaba la
credulidad de los que escribieron las leyendas ó vidas de santos,
porque adoptaron sin críHca ni e.ranien las fábulas populares, y
reñrieron una multitud de prodigios destituidos de todo funda-
mento» (1). «El Cardenal Agustín Valerio, Obispo de Verona,
descubrió uno de los manantiales de donde nacieron las falsas
leyendas. En su Retórica crislianá, notó que había costum))re
en los monasterios de ejercitar á los jóvenes religiosos, por
amplificaciones latinas ({ue se les daban, á componer sobre el
martirio de un Santo; este trabajo les dejaba la libertad de
hacer obrar y hablar á los tiranos y á los santos perseguidos, del
modo que les parecía más verosímil, y les daba motivos para
componer sobre esta materia una especie de historia llena de
adornos de pura invención» (2). No es extraño, pues, (pie los
críticos ¡/ arqncóloifos extranjeros, buenos católicos, disientan de
nosotros 1 / de nuestras print ¡tiras tradiciones como pantos meramen-
te históricos 1 / de libre controversia (d).
apostólicas y eclesiásticas, pero no así las religiosas, sobre las
cuales la Santa Iglesia Romana no ha pronunciado su fallo,
pues éstas nadie está obligado á creer, antes bien queda en li-
bertad para ace])tarlasó no, si hubiese motivo ])ara ello, el varón
prudente, pues nacidas de la })iedad, no siempre discreta é
ilustrada, perjudican, en vez de favorecer, al dogma y á la
disciplina. No creemos que intentará sitpiiera el Sr. Serrano,
apesar de su natural sencillez, demostrar ({ue las tradiciones
referentes á la Virgen de la Antigua, deban comprenderse en-
(1) Dic. Enciclop. de Teología por Bergier, trad, por García Cónsul.
Tom V., pág. 860.
(2) ll)i(l. pág 744.
(3) La 1 conogrnfia mariana en España durante la Edad Media, discurso
leído j)or su autor, U. Vicente La Fuente, en el primer Congreso Católico
de Madrid,
tre las divinas, apostólicas y eclesiásticas, sino entre las que en
todas épocas han brotado de la fantasía })opular, serán, pues,
piadosas, y si éstas no cuentan con el a})oyo de la Iglesia, de la
historia razonada y do la buena crítica, queda el cató-
lico, 1‘epotimos, en libertad de admitirlas á no, consi-
derándolas puramente como poéticas leyendas nacidas de la
sencillez dé los siglos i)asados y del amor del pueblo á todo lo
sobrenatural y maravilloso, bellas ficciones (pie aun al jiresente
nos deleitan.
llien és verdad que el Sr. Serrano juzga que tan sólo para él
fué pródiga la Divina l’ro vi delicia, dotándolo de singular y
ex(piisito temple, para sentir conmovido su corazón al escuchar
los portentosos relatos en (pie vemos intervenir á nuestros
santos, á nuestros monarcas y á nuestros legendarios héroes.
Certísimo pareée estar de (pie él solo posee el ¡irivilegio de saber
descubrir el espíritu (pie á tales narraciones dió vida, la alteza
de los sentimientos á cuyo calor brotaron, la inefable ternura ó
el arrebatador entiisiasmo cpie en ellas se advierte. ¿Acaso el
frío aixpieólogo puede ser capaz de ajireciar la mística belleza de
las leyendas (pie se relacionan con algunas imágenes de la
Virgen María? ¡Desdichado! Tal cualidad es patrimonio sólo de
las almas superiores y no alcanza jamás al vulgo do (pie a(pié-
llos forman jiarte. ÍTracias, y continúo.
Si con verdadera inspiración poética escuchamos los relatos
í{U0 nos hablan del origen do Nuestra Señora de los Reyes, los
milagros que obró la de la Antigua, la aparición de la de Gua-
dalupe ó el hallazgo de la de Yalbanera ü otros hechos acerca
de los cuales no haya la Iglesia dictado su fallo, el tremendo cas-
tigo del Hombre de Hiedra, las conversiones de Manara y \ ázquez
de Leca, perdónenos nuestra osadía el Sr. Sacerdote si nos consi-
deramos capaces de poder apreciar las bellezas (pie tales naiia-
ciones contienen, de igual modo (pie cuando leemos las página.";
inimitables en las que trazó Gustavo A. Béequer los ])i‘ 0 (l¡gios
(le la Ajorca de oro de Macsc Pérez el Orf/aaisfa ó del Sendo
Cristo de la Las. ¡(^ué })resunción revelan, Sr. Serrano, los que
consideran ({ue para ellos solos se hizo la luz y (¿ue los demás
vivimos á oscuras!
i’or nuestra parte creemos (salvo el docto parecer de V.) que
l)uederi apreciarse los encantos de estas ficciones,* en su parto
j)0(3tica, y no admitir los hechos en el terreno científico, porque
preferimos de muy mejor grado inciu-rir en las acres censuras
de V. antes cj[ue formar en las filas de los escritores modernos
(lue incaaiameate sifinieron á Jos antignos, los cuales, si» sujicieafes
couocintieiitos de arqueología g critica, // á veces ni aun de critica
histórica, se han ceñido á la parte histórica y piadosa de las
apariciones y de tradiciones y milagros (1), como á V. ocurre.
¿A (j[U(3 historiador se ocurriría hoy, al describir el Alcázar
de Pedro I, llamar la atención de sus lectores acerca de las
manclias de sangre que el vulgo dice del Maestre 1). Fadrique,
en el Salón de Ja Media Naranja? ¿Sera lícito afirmar (][ue Cris-
tóbal C'olón oró ante el retablo ({ue vemos á la entrada del
Patio de Banderas? ¿(^uión sostiene hoy (jue fueron pintadas
por San lAicas las Vírgenes de estilo bizantino que se veneran
en algunas iglesias de Italia y copias de aquéllas, otras, como la
que donó á su capilla en esta ( ’atedral D. Baltasar del Río (2), y
quién aseguraría al presente que perteneció al Conde Fernán
González la espada conservada en la Colom))ina, y que los sub-
(1/ 1). Vicente J-a Fueníe. Discurso en el Coníi;reso Católico de
Madrid.
(2) Kl P. doinini (!0 catalán Cainós Ilefíó hasta suponer qne San laicas
Usaba ya los liarnicesqne no se conocieron hasta el sifjlo XV. ¿Cómo fiarse,
pues, (le las noticias artísticas y estéticas, dice nn sabio jn-ofesor católico’
suministradas por estos escritore.s con relación á los adelantos de las
artes?
- 23 ^
terráiieos de San Nicolás fueron las escuelas de magia diabóli*
ca fie los moros?
Creemos, pues, con perdón de V., que el juicio escueto y
(tescaruado del frío arqueólogo, debe presidir siempre que se
trate del serio examen de un antiguo monumento artístico, en
el cual no caben floreos, ni basta saber'el jugar del voquible,
como dijo Sancho, para cipya clasificación, además de tener en
cuenta sus caracteres, no puede prescindirse del espíritu, no
(|ue las envuelvo, sino f|ue en ellas se revela, y del ideal que
sirvió de norma al artista. Mas ])or lo dicho, el poder apreciar
ese espíritu y esos ideales se queda sólo para los escogidos.
Qué entenderá por unos y i)or otros el Sr. Serrano, que
atribin^e á los de los visigodos una tan hermosa imagen como
la de la Antigua. Pues si siempre es tan ])ers]iicaz como en este
caso, medrada (lueda su clarividencia, pues con ella no será
extraño que nos asegure algún día, siguiendo por cierto á más
de un histfU’iador sevillano, fjue la Torre del Oro es ohra de fe-
nicios ó romanos.
Dijimos, tratando de la efigie de la Antigua, que las tradi-
ciones que corren acerca de ella datan de los historiadores de
fines del siglo XVI, y al Sr. Serrano Je parece que son más
antiguas, tanto monta que sean de los albores del XA ó ha.sta
de la segunda mitad del siglo anterior; lapso de tiempo sufi-
ciente para que nuestros historiadores del XA I las hul)ieran
recogido y consignado, y del cual bien pudieran conservarse
documentos, siquiera referentes á obras de restauraciones ó
adornos. A estas son, 8r. Seri*ano, á las (pie nos referíamo.s,
pues como no hemos sustentado nunca que la pintura pertene-
cía al estilo latino-bizantino, claro es que no podíamos lamentar-
nos de la carencia de documentos escritos acerca de ella de la
época visigoda.
Si en el Libro Blanco que se acabó de escribir en 1411 se
24 —
habla de la capilla de la Antigua, argumento que á V. parecerá
contundente, le diremos, y V. perdone nuestra insuficiencia,
que bien pudo llamársele de la Antigua, si fue pintada en los
días del vencedor del Salado, pero aun podemos conceder más’
y óiganos con paciencia. No hay razón que se oponga á creer
que, convertida en templo la mezquita, adornaron sus muros
entonces con muchas de las imágenes de que nos da razón el
Lihro Bhmro: supongamos que en acpiellos días fue y)intada una
imagen de Nuestra Señora en la ])ared exterior del templo, la
cual, expuesta á la intem])erie, ]:»ermaneció hasta el siglo XTV,
en que fue sustituida por la actual; claro es que si ocupó el
mismo sitio que la de tiempos de San Fernando, y hasta por su
tamaño y disposición recordaha á la primitiva, ha de ser vio-
lento creer que la siguieron llamando la Anticua. ¿Y porqué no
dice Y. llamaron de igual modo á la de las Batallas y la de los
Beyes, que no tenían advocación? CJuando se ])ruebe que la de
la Antigua era llamada así en el siglo -XTIT, hablaremos; venga
un (¡ocunientito de la época. La más remota memoria en que se
la ve citada con la advocación de la Anfujua es de 1411, siglo y
medio después; ¿porqué ha de suponer.se gratuitamente que dos
centurias antes la nombraban de igual modo, cuando los títulos
con (pie hoy distinguimos las efigies de Nuestra Señora son
relativamente modernos?
Hemos tamlñén incurrido en leso de.sagrado y)ara con el
Sr. Serrano, porque nos atrevimos calificar á los primeros
historiadores sevillanos de faltos do crítica y de documontü.s,
con lo cual no está conforme el Sr. Sacerdote. ¿Y qué le hemos
de hacer? Así lo reconocen hoy todos, y hasta A"", mismo, y muy
abundantes son los libros en fyue se dice de ellos que eran
«anfci< >ninucio.sof< arudiiott y con¡piladoref<, que jwritoa en la hido-
ria y filosofía de fas a)des».
I)esy)ués de molestarse el Sr.'Serrano por nuestro incaliíica-
25
ble atrevimiento de llamar faltos de crítica á los antiguos histo^
riadores hispalenses y de expresar tan marcadamente su disen-
timiento, dice más adelante, para disculparlos, «considérese la
época a que pertenecieron y la altura en que se hallaba este
género literario». Pues precisamente por eso carecían de crítica
é incurrían en los mismos anacronismos que los artistas, y si el
Sr. Sacerdote, á la fin y á la postre, viene á considerarlos des-
provistos de aquellos conocimientos, ¿por qué entonces dice que
no está conforme con que nosotros los hubiésemos así calificado?
¿Quién desconoce, por otra parte, que aun adoleciendo de aquella
falta, les debemos estar reconocidísimos por el gran servicio que
prestaron, ó es que'el Sr. Serrano puede permitirse lo mismo que
á nosotros prohíbe? ¿Dónde, en cuál de nuestros e.scritos ha visto
usted que hayamos zaherido descubierta ó insidiosamente á los
que con todos sus defectos, como humanos, merecen el cariño y
la consideración de los amantes de las letras? ¡Válame Dios y
con qué caritativa prevención nos juzga, atribuyéndonos con-
ceptos tan distantes de nuestras convicciones. Lo cierto es que
si los dardos hiriesen con la intención y fuerza con que usted
los lanza, ya i:)odíamos buscar asilo para salvar la vida. Confor-
móse V. al fin con nue.stra opinión de llamar á los antiguos
historiadores faltos de crítica, achaque general en todos los de la
época, y á la verdad que aun cuando V. no lo hubiese recono-
cido, puede estar seguro de que era lo mi.smo: ahora repetiré á
V. que carecieron de documentos, j)or(pie, desde luégo, de la
época musulmana no hay que contai’ (jue los tuviesen, y tam-
poco de los siglos XIII y XIV se trasmitieron, más que en
exiguo número, á los escritores de la segunda mitad del XVT,
pues excepción hecha de los privilegios y cartas é iiLstrumentos
notariales, no creemos que encontrarían mucho aprovechable,
por lo cual acudieron á las crónicas muy en primer lugar; y
por(|ue tal dijimos, el Sr. Sacerdote sale armado á la palestra
4
— 26 —
píira enderezar el imaginado entuerto por nosotros inferido á
af|nel]os ilustres varones, resultando de todo aquel aparato bélico
que ni bahía tales carneros ni los gigantes eran más que molinos.
Ri en vez de meterse á interpretar el sentido ocnJfo de nuestras
frases las leyese como cualquier mortal, habría visto que preci-
samente lamentábamos la falla de documentos, sin querer decir
por esto que escribieron siempre de memoria 6 dejando volar
su fantasía.
Vea Y., Rr. Serrano, cómo al clasificar la imagen de la
Antigua, con. 'liderándola obra del .^liglo XTV, dijo V. ligeramen-
te, que al hacerlo así, no teníamos otros fandamcntos que. )tnrstro
jnrqrio criterio. Antes, por el contrario, nos hemos fundado
en las enseñanzas de Ran Isidoro, en el estudio comparativo de
las ])roducciones artísticas, ejecutadas con arreglo á los estilos
latino-bizantino, románico y ojival en su primera é]ioca, y, por
último, en el tc.<^timonio de insignes arqueólogos. Ri estas prue-
bas no le satisfacen y .‘-igue dando más crédito á la tradición,
e.'íté V. seguro que no perderemos más el tiempo, j^orque des-
pués de confesar Y. lealmente que no entiende do arte ni de ar-
queología. V. comprenderá, y los lectores también, que sus
teres // raritatiros rus(juños no llegan ni aun á herir la epidermis
de cualquier mortal.
Finalmente, nne.stra conciencia, acaso ])orno ser tan estrechí-
sima ó aiLstera como la del Rr. Rerrano, no nos ha reprochado
aún el delito de haber contribuido con nue.'stra crítica, piada
menos que á demoler monasterios, templos y glorias sevillanas;
antes bien hemos procurado .«u con.servación con todas nuestras
fuerzas: ¿qué tiene que ver el hecho de negar una tradición en el
concepto c/cy^/í/zV-o, porque abiertamente se opone á los principios
de crítica artística, para sacar á colación lo de la piqueta y las
ruinas de -monasterios y templos,' con los arranques de .santa
indignación, porque a.sí se exjiresa un .sevillano en obra co.steada
- 21 -
por el erario municipal? ¿(¿ué, valía más haber copiado servil-
mente á los escritores de los siglos XVI y XVII?
No se apene V. tampoco porcjue la Ciudad haya hecho
tan perjudicial empleo de sus fondos i)ublicando nuestros po-
bres trabajos, (pie, según V., redundan en su propio desciúdito,
porque, como antídoto á mis malas doctrinas, podrá la Corpo-
ración dar á la estampa, coleccionados, los luminosos artículos
que há tiempo viene Ah imprimiendo con el título de Becuerdos
sevillanos.
hor lo que dejamos dicho podrá formar juicio el lector del
alcance que para nosotros tienen ciertas tradiciones. Cuando
éstas pugnan al buen sentido, cuando son contradictorias á las
costumbres y usos, cuando se oponen abiertamente á las ense-
ñanzas históricas, y cuando nacidas de la fantasía del vulgo
delatan á tiro de ballesta la ignorancia, ó si se (|uiero la ino-
cencia y sencillez de los (pie las inventaron, creemos que no
deben aceptarse por ningún autor (pie se precie de seno y re-
llexivo. Llenas están las Historias antiguas de narraciones inve-
rosímiles y portentosas, (j[ue la iglesia no ha reconocido como
verdaderas, juies la piedau, extraviada a veces, no se ha detenido
en ocasiones, hasta el pumo de haber atribuido prodigios a
ciertas ehgies, con desdoro nicUiiiiesto déla religión, iíecoraanios
a este proposito la absurda lanuia que corre acerca de las eiigies
de Liestra tSehora de iíodanas, junto a Lpila, y la de V iilavieja,
cerca de Teruel, las cuales, según el vulgo, his tenía en su ora-
torio un obispo francés, el cual solíti golpearlas y ultrajarlas, por
lo cual ambas viniéronse a Aragón, apareciéndose milagrosa-
mente.
¿Con qué derecho, dice un ortodoxo escritor, se infama la
memoria de un Obispo de ese modo, aunque no se cite su
nombre? ¿(¿uién va á creer esa enormidad, aun(j[U6 io diga y
crea el vulgo y se estanqie en letras de molde?
28 —
¿N'o b|iy tradiciones que afirman el hallazgo de antiquísimas
imágenes, vestidas con las mismas telas, de seda y terciopelo,
pon que fueron ocultadas para salvarlas de los furores de nues-
tros invasores los sarracenos?
l’ara que en lo sucesivo no tenga V. que tomarse el trabajo
de interpretar gratuitamente nuestros pobres escritos, consigna-
remos de una vez el criterio que nos guía, apropiándonos
las siguientes frases del sabio autor de la Historia del
Culto de la Virgen María, por bailarnos con ellas identi-
ficados por completo. Pero tawhién es deber nuestro no se-
guir alimentando esas noticias (las consignadas en las con-
sejas de la Edad Media), que ga ni en liorna ni en ningún
2)aís culto admite la sana crítica, y (que los ar<que()logos cató-
licos y muy qnadosos desechan como insostenibles, qwr más que
escritores resqietcddes las aquidrinaran en otro tiempo, y aunque
deqdore el vulgo orédulo ver desaparecer sus legendarias tradi-
ciones, y con ellas cierta esq)ecie de orgullo qmfrio con que las exhi-
bían á la admiraciím y aun á la envidia de los extraños. Nó, no es
qmsibleya sostener ni apadrinar tales consejas, y donde hay tantas
verdades sabidas y j)or saber, ciertas éírrecnscddes, acerca del culto
anti (piísimo de María, no necesitamos recurrir á, la fábula, que
qu'etende casi deslucir la historia, (que da ocasión á los racionalis-
tas é impíos q)ara burlarse de la verdad y la mentira, q)asando qwr
unas y otras el nivel de su glacial y sarcástico indiferentismo, etc.
TTT
P
JL ródigo siempre el Sr. Serrano, cuando se propone pulverizar
nuestras opiniones, nos dedica tres notas más, que reunidas
forman la suma de 257 líneas de 8 elzeveriano, dedicadas á
censurar lo dicho por nosotros acerca de la efigie de la Virgen
de la Hiniesta, del cadáver venerable de I).’'- iSfaría Coronel y de
la famosa (liralda. Procuraremos defendernos de sus tremendas
acometidas, como de sus ingeniosas y agudas sátiras, en las que
corren })arejas el donaire con el aticismo acomodados al varón
docto y prudente.
Xo es cierto que V. baya sido el primero que tuvo la satis-
facción de ver la efigie venerada en San Julián desprovista de
su envoltorio de telas; alguien se anticipó y emitió su juicio, y
lamentó que un celo y piedad extraviados (sea dicho con licencia
de V.), hubiese cometido la profanación artística de aserrarle el
brazo, haciendo desaparecer con él el objeto simbólico que de-
bió ostentar, pájaro, flor ó fruta, como vemos en todos los si-
mulacros análogos de los siglos XIII, XI\ y XV, el cual, de
haber llegado hasta nosotros, liabría sido otro dato más para
facilitar su clasificación, y del que no deberemos prescindii,
pues Vera y Rosales parece, por sus palabras, que llegó á ver la
— 30 —
imagen com})leta, .si bien no asegura qué objeto tenía en la ma-
no Nue.stra Señora. Dice la tradición, y apelo con ella al más
febacieiite testimonio, según su crítica de Y., que hallándose
cazando en los montes de ('ataluña el Caballero INÍosén Pedro de
Tous, encontró entro unas retamas o.sta imagen, que trajo con-
sigo á Se\dlla en 1385, y Argote de Molina asienta que en 1380
filé depositada en San Julián por un hombre de la mar. Para
nada importa el hecho de si la trajo el caballero ó el villano, y,
por lo tanto, si V, no se entrara de rondón á juzgar, no de lo que
textualmente se dice, sino de lo que quiso decirse, habría notado
que ese pormenor no interesaba á iiue.stra intención ni poco ni
mucho. Xos proponíamos clasificarla y antes examinar sus pre-
cedentes históricos, en los cuales encontranios perfecta analo-
gía, pues Argote y los demás escritores coinciden fijando la
fecha de la segunda mitad del Xl\", que era lo interesante, lo
que im})ortaba para esclarecer su origen, Argote suprimió lo
del letrero, única variante de bulto entre ambas narraciones,
pero ha.sta tal punto llevamos nuestra inquina (¿no es a.sí como
se dice, Sr. Serrano?,) y afán de demoler tradiciones, que dire-
mos á muy 011 secreto que por.nue.stra parte estaba do más
a({uel notable epígrafe Soij de Sevilla, de ana Capilla junto a la
Puerta (pie encamina á Córdoba, y cuantos del mismo jaez habla
la tradición, pues le damos igual crédito que al otro que con-
signan nuestros hi.storiadores al tratar de cierto retablo que
hubo en esta parroquia de Santa Marina, ])intado en 007 (!!!),
según expresaba una leyenda gótica (!!!). ¡Mire V., Sr. Serrano,
que es lástima no se nos. haya trasmitido un retablo de tiempos
de Yiterico, con su leyenda gótica y todo, porque entonces te-
níamos ya altar [iropio y adecuado para una imagen andicpúsima,
remotmma, del primer período, como Y. clasifica á la do la Hi-
niesta. ¡Y que no vendrían muchos doctos á ver tales maravilla.s
arqueológicas!...
- 31
Si se tomase V. el ti'al)ajo ele formar el catálogo de todas las
imágenes pintadas y esciil[)idas, que en España se veneran, y á
las cuales atribuye el vulgo origen visigodo, vería V. que según
aquél, poseíamos una riqueza inmensa, envidia de todos los
grandes Museos y coleccionistas de Europa. ¡Qué ignorantes!
Ellos afanándose por descubrir siquiera un ejemplar que les
sirviese de estudio para conocer á fondo los caracteres dél arte
latino-bizantino, mientras que nosotros los poseemos á porrillo,
en tan gran número, que sólo Sevilla cuenta con... no .sabemos
qué número de ellos, entre pinturas y esculturas. Y luego dice
el 8r. Serrano que no entiende de artes ni arqueología. Lástima
es (jue el Sr. D. Vicente La Fuente no llegara á conocer tan
gran riqueza, ])ara haberse aprovechado de ella en ,su obra mo-
numental Historia <hl Culto de la Virgen María, en cuyo libro
ni cita ninguna efigie pintada ó esculpida de Nuestra Señora,
de tiempos vi.=;igodos, ni aun siquiera se atreve á afirmar que
aquéllos las venerasen en sus altares. ¡V (¡ueno hubiera holga-
do mucho el docto })rofesor con las peregrinas noticias y teorías
de crítica artística y arqueológica que hoy estampa en su magna
obra el Sr. Serrano!
No ha .sido poca suerte para aquel ilustre catedrático, que su
citada obra haya pasado inadvertida para el Sr. Sacerdote sevi-
llano, pues si á nosotros nos tiene por demoledores de tradicio-
nes, ¿qué epíteto habría empleado para designar á aquel profe-
sor, que, tratando precisamente de Nuestra Señora de la Hi-
niesta, dice: Que las reílexiones que aducen los apologistas de
una y otra efigie (ésta y la do la Antigua), en razón de antigüe-
dad, son inadmisibles, y algunas como las de \era, un tejido de
anacroni.^mos. Que la trajo San Pío T, discíi)ulo de Santiago,
que la llevaron á Cataluña los fugitivos de Sevilla, que Pedro
Tous la encontró cazando, etc., «todo esto es de tal carácter que
se nece.sita ser;;nq/ creV/a/o para creerlo». De •f/óí'/cfc la califica el
32 —
Sr. Sánchez Moguel. ¡Si se probara que era verdaderamente
(fótica sería un gran descubrimiento!
Pasemos al párrafo en que V. ve tan clara y patente nues-
tra inquina, que con harto pesar vamos á transcribir, para que
los lectores juzguen del juicio sereno é imparcialidad de V.
«Quienes inventaron la tradición de que la actual efigie ha
sido venerada (permíteme recordará V. las'palabras de Melchor
Cano en el anterior artículo) por los visigodos, y para ponerla á
salvo de profanaciones la condujeron hasta los montes de Cata-
luña, pretendieron tal vez, asignándole tan remota antigüedad,
enaltecerla más, pareciéndoles que era poca la del siglo XIV,
época en la cual, según Zúñiga, llegó á esta ciudad Pedro de
Tous: lejos estaban aquellos devotos de que alguna vez bastaría
el examen de los caracteres artísticos de la imagen para que se
destruyeran sus asertos, probándose en vista de aquéllos, que si
bien pudo ser trasportada desde C'ataluña por el mencionado
caballero, es inadmisible que el respetable simulacro fuera
ejecutado por los cristianos antes de la irrupción musulmana ó
poco después de ocupada la Península por nuestros invasores».
Esto dijimos, y... (Icltcrata est Carta(/o!... ¿Xo se ve aquí la in-
quina de destruir tradiciones? Nótese que se llama devotos á
los hombres de los siglos pasados. ¡Oh intención demoledora y
perversa! Calma, Si-. Serrano, calma, y dése el placer de sabo-
rear lo que dice acerca de las tradiciones y de los antiguos
escritores un sabio católico, en obra impresa co)t el peniiif<o de
la autoridad ect(>yiáf<tiea, y al (|ue por su saber y por su ortodoxia
venimos citando:
«Generalmente en estos casos (se reñere á las imágenes
aaíféticas, milagros y prodigios), cuando se examina el origen
de lo que se llama tradiewn, se encuentran los testimonios de
una multitud de autores que se van citando unos á otros, como
de reata, el segundo al primero, el tercero al primero y segundo.
33
y así de los demás; pero cuando se busca quién fue el primero
y qué pruebas adujo, se baila que éste no consignó más que
un triste se dice, ó alegó que era tradición, sin dar prue-
bas de que existiera tal tradición. Así que esa tradición no
pasaba de ser vulgar ó popular, y si las tradiciones divinas,
apostólicas y eclesiásticas son dignas de respeto y aun de
fé, las primeras entre los católicos, las vulgares á nada obli-
gan, y aun más bien son tenidas en poco cuando no son fun-
dadas».
Ahora probaremos á Y. que la Virgen de la Hiniesta no es
visigoda, auiique Y. nos diga que declaramos eorcátedra, lo cual
acaso podría suponer por nue.stra parte más fé en las propias
convicciones, mientras que Y., al tratar de su clasificación, sólo
dice con admirable aplomo que es ontiquisima, remotísima, de
fecha anterior á la venida de los árahes, locuciones todas muy
socorridas para salir de un apuro, pero que convendremos en
que no satisfacen más que al vulgo. Para creerlo así firmemente
se a])oya Y. en los caracteres greco-romanos que en su ejecución
se revelan. Muy bien, ¡loado sea Dios!, pues que ya entra Y. en
el terreno de la pizmienta arqueología; })ero nuestra ainlnción
de saber llega más allá, y no nos contentamos con lo que usted
dice en su apoyo de «líneas severas, de perfil traza de estatua
clásica, cabeza esbelta, descubierta, cabello magistralmcnte mo-
delado formando leves ondulaciones, rostro sin expresión, j)ues
sus facciones parecen faltas de movimiento, revistiendo los ca-
racteres de las cscaltaras dkl pklmkk pkiu'odo, cuello abultado, su
cuerpo descansa lleno de gravedad, mostrando sólo un pie, que
calza z.Ai’.vTO iio,ai.\xo; túnica ceñida por cinturón, que se mues-
tra })or delante formando leves pliegues en el manto, el cual cae
recogido y plegado, recordando las clámides romanas, etc., etc.
Esta es la síntesis de lo ({ue \ . dice, estos los rasgos distintivos
en que se apoya para clasificarla como antiqaísima, remotísima,
6
— 34
de fecha anterior á la irrupción mahometana, con caracteres de las
esculturas del primer periodo. Confesamos á Y. que por más vuelta,s
que liemos dado en la mente á aquellas frases para unirlas y
comprender la significación que V. ha tratado de darles, no
nos ha sido posible. ¿Qué primer período es ese? Acaso se
refiere Y. al de la escultura de los primeros siglos del cristianis-
mo ó á las obras primitivas latino-bizantinas, ¿y qué caracte-
res, por último, ha visto Y. en ella para emitir tan errónea doc-
trina?
Tales conceptos asienta un eclesiástico amante de la verdad
histórica, apasionado por nuestras antigüedades, y en obra costea-
da por expléndido Mecenas!!!...
Si como parece razonable deducir de su ambigua frase es-
culturas del primer periodo, se refiere Y. á las de los primeros siglos,
nos atrevemos á recordarle que los PP. Iliberitanos y San
Gregorio, y el Concilio Niceno, hablan de pinturas y no de es-
culturas: de éstas, confesando nuestra ignorancia, y como efi-
gies benditas ó coleadas, no tenemos noticia de que existieron,
ni de que alguna se conserve en templo ni museo, no obs-
tante, siq)ongamos, y es mucho suponer, que los visigodos
las tuvieron, claro es que el procedimiento artístico en ellas
empleado sería tan deficiente como el fjue las pinturas nos
revelan.
Que en la efigie de la Hiniesta adviértense influencias
italianas es muy cierto, mas para hallarles satisfactoria ex-
f)licacióii no hay ([ue recurrir á aquellos superlativos, que
nada en concreto dicen, y que se emplean cuando no se
saben juzgar los caracteres del monumento de manera clara, en
cuyo caso sirven sólo para aumentar la vaguedad. Si en vez de
desdeñar las enseñanzas de la arqueología, se hubiese Y. tomado
la molestia de averiguar el estilo que durante los siglos XI Y y
X\ , especialmente, dominó en las artes de Aragón y Cataluña.
— 35 —
habi'ía hallado los datos snñeientes para explicarse de la manera
más satisfactoria las influencias italianas, cpie al notarlas extra-
viaron su criterio, hasta el punto de remontarse á los tiempos
antiquísimos de las clámides y de los zapatos romanos. Sola-
mente á olvido puede atribuirse que varón como V., tan docto
y conocedor de nuestra historia, no hubiese parado mientes en
los hechos capitalísimos de las expediciones de catalanes y
aragoneses durante el siglo XIV, que asombraron al mundo
con sus hazañas, y merced á las cuales pasearon victoriosos sus
armas por los mares y pueblos de Italia. ¿Por ventura el arte de
aquellas comarcas había de ofrecer los mismos caracteres que el
enseñoreado de las del Mediodía de España? ¿Quién ignora al
presente estas diferencias, ni quién deja de tenerlas muy en
cuenta al clasificar un monumento artístico de aquella proce-
dencia? Si pues convienen los historiadores en que la efigie fué
traída á Sevilla desde Cataluña^en el siglo XIV, ¿qué otras in-
fluencias que las italianas hemos de ver reflejadas en ella? ¿Xo
es esto más acomodado á la verdad histórica, más ajustado á
buenos principios de crítica, más razonable, en una palabra,
que las calificaciones de remotínima, (uitiqiúsinia y drl primer
período, empleadas sin ton ni son, con total desconocimiento de
la historia de nuestras artes? Entre otros muchos testimonios
que podrían aducirse en corroboración de las influencias italia-
nas en las artes de Aragón y Cataluña, sabidos hasta de los
niños, ¿no significa nada para V. el hecho del gran prestigio
que alcanzó en la corte de D. Juan I el pintor italiano Gerardo
Starnina, del cual sabemos que decoró con un suntuoso retablo
el oratorio del monarca en 1383, precisamente en la fecha
misma en que era llegado á Sevilla Pedro Tous con la imagen
de la Hiniesta, según dice la tradición? Mas aparte de e.sto: ¿qué
artista latino-bizantino pudo nunca haber plegado tan elegan-
temente el pei)lo y túnica de Xuestra Señora, ni concebido
tani})OCO las proporciones elegantes y esbeltas del venerando
simulacro, si basta sólo fijarse en su aspecto total y en algunos
])orinenores, como son la parte recogida de la túnica y el mo-
delado del rostro, })ara ver en ella una página, no de escultura
decadente, sino de iniafjinero bastante hábil? Dentro el Sr. Serranó
del laberinto de su original manera de clasiíicar, llama zapato
romano al que calza el pie visible de Nuestra Señora, que no es
más que el de forma puntiaguda usado en el siglo XIY, y })ara
robustecer su opinión cita el Diccionario de antigaedadea griegari
y romanas de Bich (!). fis cuanto nos quedaba que oir. Nosotros
creeremos, mientras con datos no se nos demuestre lo contra-
rio, «(pie la anpieología cristiana no admite efigies de los siglos
primeros de la Iglesia con respecto á Mspaña, ni tanqioco res-
pecto de las (pie se exhiben como de los primeros siglos de la
Iglesia, y como gótica esa antigüedad que se les ha (pierido dar,
concediendo á las más antiguas el ser mozárabes y bizantinas ó
románicas, pero no góticas ni menos romanas». Así se expresa
el Sr. La Fuente, y con su opinión estamos completamente de
acuerdo.
¿Conque la Fortada de la Gloria de la Catedral de Santiago,
obra del XII, dice V., con pasnio.sa seriedad, parece por lo
perfecto de su ejecución de época más adelantada? ¿Acaso pa-
recerá entonces del Xlíl? Liitonces debiera cla.sificarse entre
los monumentos ojivales primarios. No sigamos ¡lor ese camino,
porque tal concepto no puede ocurrirse más que á V.
Muestra Y. decidido empeño para robustecer su opinión de
que la Arqueología es á manera de una veleta, que gira de acá
para alié, según los vientos, en traer á colación nombres de ar-
queólogos, cada uno de los cuales ha opinado con diverso crite-
rio, pero se fija Y. en obras publicadas hace años. Fodemos
asegurará \. que si esos mismos señores escribiesen hov, rec-
tificarían sus juicios acerca de las efigies de la Antigua, del
— 37 —
Comí, (le liocuniador y del Pilar, como V. rectirieará tambi(Mi
sus ditirambos en loor do cuantas cor])oi‘aciones capitulares ha
tenido esta Santa Iglesia, á todas las cuales dedica no menos
(]ue su ¡admirackín! })or lo bien que han conservado y i)rotegido
el arte cristiano, siendo así, (jue el día (|ue conozca V. la historia
del grandioso templo, verá que si tuvo hombres como Loaysa,
túvolos también como Campos, y es notorio baldón para los
buenos verse confundidos con los malos. ¿Qué queda entonces
para aquéllos?
Si su admiración de Y. por todas las coiporaciones que se
han venido sucediendo en esta Igle.sia en el transcurso de tres
siglos, le deja á V. un [(unto do reposo, tómese la molestia de
averiguar el [)aradero d<^ las esculturas que hizo Lorenzo Mer-
cadante, de la laude .sepulcral de I). (íuiomar Manuel, de los
mausoleos del arzobi.spo Toledo y Vargas, de .Juan de San Juan,
y de D. -Juan de Sei-ezuela, con otras memorias sepulcrales dig-
nas de respeto, de la verja [dateresca de la tumba del cardenal
Cervantes, de las estanterías magnííicas talladas por Guillén,
de los retablos de Sánchez de Castroy o tras [> inturas á lamanera
gótica, de las tapicerías del Apocalipsis, de lo.s ornamentos y alha-
jas donados por Reyes, Arzobispos y pórsonas [)iado.sas, y de otros
mil objetos cuya enumeración no es del caso. Apesar de esto
seguirá Y. admirado y admirando, ¡es natural!, y no faltarán á
Y. razones, de cual([uier clase, para continuar embebecido, di-
ciendo que todas estas preseas se destruían, quemaban ó deja-
ban perder, por las corrientes de los gustos, las necesidades, los
trastornos políticos, etc., etc., y otras frases muy socorridas,
pero no admisibles, pues entonces las grandes catedrales de
Es})aña no conservarían las alhajas y ornamentos de la Edad
Media, que al presente custodian Burgos, Toledo, Salamanca,
Yalladolid y otras igle.sias. Deje \ . aparte su admiración, no
se desvanezca con el humo del incienso y reconozca que no todos
los hombres tienen el mismo grado de virtud, inteligencia y sa-
t)iduría, y (jue én las corporaciones los hayde los unos y de los
otros, ni todos son santos, ni sabios. Verdades que si la justicia
guiase su pluma, al par que nos ha llamado Y. demoledores de
tradiciones hubiese V. favorecido con' igual epíteto al R. P. l^'idel
Fita, por haber clasificado la imagen de la Hiniesta como obra del
siglo X VI. Sin embargo, no tan sólo se guarda Y. de acometerlo,
sino (jue oculta su nombre. De manera, que encomios para los
cabildos ó silencio cuando no encuentra Y. disculj^as para atenuar
su falta de celo (como el que demuestra la pérdida del relieve del
P. Eterno que tuvo el retablo de la (lamba), sumisión con los
eclesiásticos ilustres, que no hacen caso de tradiciones, y para
nosotros los ra\’OS de su cólera, como en el caso siguiente. Llama-
mos dero/o.vá los hombres del siglo XYll y dice el Sr. Serrano... «á
aíiuellos caballeros cristianos, decimos nosotros, porque vemos
con la idea que se les tacha de tales..., y añade que no es la crí-
tica arqueológica nuestra la (jue le duele, sino la burla ó mofa
con que se trata de poner en descubierto las creencias de aque-
llas generaciones (pie merecen tamo respeto.» Dejamos copiado
el parrañto como modelo de las intenciones del varón grave, y
nada diremos en propia defensa, porque el llamado á juzgar las
nuestras, al emplear la palabra devotos, sabe cuáles fueron nues-
tros propósitos.
Muéstrase á veces conciliador entre las tradiciones
y la crítica artístico-arqueokígica, y dice: «Aun cuando
la baso de esa crítica tuviera algún ])rincipio de verdad,
habría siempre medio para salvar la tradición y la leyenda.
¿Acaso la eíigie no hubiera podido ser restaurada hasta lo
sumo, borrando los caracteres primitivos, y en este supuesto
ser cierto lo cpie nuestra historia nos dice?» ¡Admirable razona-
miento! Supla á nuestra contestación el buen criterio de los
lectores.
TV
fll entrar]al)le amor, el culto ferviente que el Sr. Serrano pro-
fesa y rinde á nuestras leyendas, nacidos de su sensibilidad
])rivilegiada, para poder aí)reciar las bellezas de tan poéticas
ficciones, no coin])rensibles para el común de las gentes y patri-
monio sólo de las almas grandes, tenía en verdad que manifes-
tarse saliendo por cuarta vez, como si dijéramos, á la jyueute da
Orhujü para desfacer nuevo entuerto por nosotros cometido. Y,
¿qué seiTa de la historia de Sevilla, qué de sus timbres de gloria,
qué de sus hombres ilustres y de sus tradicionales relatos, si
la Providencia, compasiva, no nos hubiese deparado un tan
decidido campeón de ilustres memorias, que, si como otros,
no ha salvado del olvido páginas irreemplazables de sus artes,
ni á sus esfuerzos débese la conservación de venerandos restos
de la antigüedad, y si hasta ahora sólo supo llorar platónica-
mente á la vista de los estragos que el tiem})o y los hombres
causaron en tantas valiosas reliquias, no ha sido por su culj)a,
sino porque entretanto que otros se afanaban por conseguir
aquellos fines, él estudiaba nuestras leyendas, dejando para más
altas ocasiones el einjilco de sus esfuerzos?
Quien como él ha sabido sacrificarlo todo á su amor á las
- 40 -
tradiciones, trocando el reposo por la actividad más desusada,
las comodidades personales por la Incha sin tregua, á fín de que
ni el más leve soplo empañase la pureza de tan bellos relatos,
f, habremos de extrañar que pierda los estribos y alce su voz para
anatematizar nuestros escj-itos al ver que nos atrevemos ,no
menos que á dudar del legendario hecho que supone el sacrifício
lieróico de haberse abrasado el rostro María Coronel, para
l)oner coto á la lascivia de D. Pedro 1? ¿Quien como él ha dado
tantas y tan grandes pruebas de su amor á Sevilla, había de
permanecer silencioso? Imposible que su tajante péñola conti-
nuase inactiva, sin parodiar con ella á aquel personaje de
zarzuela repitiendo los versos
«Sal, acero destructor,
y tiemble el mundo á tu vista»
Por nuestra parte (y por la de otras personas), la autoridad
del Sr. Serrano en estas materias, como en las artísticas, no está
tan reconocida, que consideremos como inapelables sus fallos, y
en tal virtud, y para que juzguen nuestros lectores, varaos á
copiar lo que acerca de aquel heroico hecho dijimos, sin qui-
tarle los comentarios que nos dedica el Sr. Sacerdote, sabrosísi-
mos ]ior más de un concepto:
«Como leyenda y tradición sevillana que es el episodio que
se relata en la vida de esta noble matrona... )io pudo por numos de
caer bajo la critica dcl Sr. Gcstoro (¡¡muy bien!!) en su obra'Ác'-
vdJa 2romi)ue)dal, en la que dice:
«Como ])odría parecer extraño que al llegar aquí, y de,<ípués
de haber examinado con toda detención el venerable cadáver, no
dijéramos nuestra opinión acerca de las maiicJiar que en su
rostro se manitiestan, objeto de dudas y controversias recientes,
con la sinceridad que procuramos hablar siempre, diremos que.
41
efectivamente, en la mejilla derecha, que es la única qne hemos
podido ver, existen partes ohscurjfí, y que en algunos sitios se ve
la piel un tanto tirante; pero dicho esto, no podemos asegurar,
por carecer de inteligencia para ello, que las referidas manchan
sean señales del cauterio de que habla la tradición. Más de cinco
siglos han pasado desde aquel hecho, y por nuestra parte nos
declaramos incompetentes para considerar Jas manchas que se
ven al presente como resultado de aceite hirviendo, no existien-
do tampoco vestigios de las cicatrices <]ue debieron afear tan
considerablemente el rostro de la venerable fundadora».
Y añade el Sr. Sacerdote: «Desde luego se ve la contradicción
en que se incurre aquí (!!!), pues mientras que por un lado sos-
tiene haber visto las manchas obscuras del rostro, por otro, dice
no ha hallado las cicatrices que eran de suponer: es decir, que
ni afirma ni niega rotundamente, mas conviene con el Sr. Tubi-
no (jue tampoco las vió...» Nosotros creemos que dice en esto
lo (jue el Caballero francés Duguesclín:
«Ni quito ni pongo rey,
Pero ayudo á mi señor».
Gracias por la honrosa comparación, y continúo copiando
sus peregrinos comentarios: «Ayuda á la obra ya emprendida
por Tubino, negando y tei’giversando una de las más hermosas
levendas de la historia sevillana». Concluve el Sr. Sacerdote
haciendo su3’as las frases del Sr. D. Prancisco Mateos Gago, «que
dice que Sevilla entera ha visto las grandes cicatrices proceden-
tes, al parecer, de cauterio, cuya existencia corroboran más de
cien escribanos, profesores médicos y otros testigos de mavor
excejición que lo tienen declarado en las actas do reconoci-
miento desde la primera exhumación, y que él las vió, _v en
alguna oca.sión montándose soJn'S Ja urna, para examinar bien
el lado izquierdo, que no ve el público. No me atreveré á decir
(continúa) si fcdes // tan marcadas manctias> proceden de acede
f.
— 42 —
hirvioulo ú otra cmtea (valqutrra. pn'O floy testimonio como cosa
indudable, rechazando, por consiguiente, la generosa concesión
del Sr. Tubino, inclinado á creer en la existencia de las man-
chas, aunque no acertó á descubrirlas». Con razón diremos (pone
ahora de su cosecha el Sr. Serrano) que en la obra SeviUa Mo'
numental se atacan nuestras tradiciones {!!!!!!!).
Vamos por partes: Al escribir nuestra obra, arriba citada,
no nos pasó por el pensamiento entretener al vulgo indocto con
un ramillete de novelas ni de ])oéticas ficciones, que están muy
bien en los límites de la poesía y del arte, y, por tanto, no dimos
lugar en sus páginas á cuantas absurdas con.sejas ó inverosími-
les relatos se nos han trasmitido desde el siglo XV hasta el
presente. Por eso nada dijimos, al tratar del Alcázar, de las ridi-
culas tradiciones que corren en él acerca del rey D. Pedro, y
llamamos ridiculas en el concepto serio déla historia, que nunca
nos parecen tales en boca de inspirados vates, y este mismo
criterio tendremos siempre que nuestra misión sea la de his-
toriar.
Dijimos que la momia de la Sra. Coronel tiene manchas y
(jue en algunas partes se ve la piel un tanto tirante, pero que no
poseyendo inteligencia para juzgar de las causas de tales man-
chas y tensión de la piel, nos considerábamos incompetentes
para fallar. ¿Por ventura, la existencia de las manchas implica el
cauterio? ¿Xo pueden éstas ser producidas más que por aquél?
Las momias todas que hemos visto en Museos y Clabinetes, ofre-
cen manchas de difereiites tonos, y las hay que en partes del
rostro se muestra la piel más estirada que en otras; por consi-
guiente, no puede el profano juzgar del origen de las de doña
María.
Hé aquí, lector, nuestra palmaria contradicción y una mues-
tra del buen razonamiento del Sr. Serrano. Pero ahora, y aun á
trueque de que el Sr. Sacerdote se escandalice, le diremos (pie,
— 43 —
según el parecer ele peritos, si la ilustre viuda de D. Juan de la
Cerda se hubiese abi'asado el rostro con el aceite, se habría
quedado coiiveilida en un monstruo, mientras que su fisonomía
aparece correcta y natural, y en ella pueden apreciarse peifecta-
juente sus rasgos fisonómicos. Tiene manchas su cadáver, pero
no cicatrices, repetimos, y repetiremos, sin que nadie diga por
esto, más que V., que nos contradijimos al consignarlo así.
V. sabe de más que ni Sevilla entera ha visto la momia, ni es
creíble que la mitad del rostro ofrezca señales del horrible cau-
terio y la otra mitad se vea incólume y sólo con manchas, y la
l)iel un tanto tirante en algunos sitios. Para presentar como
prueba decisiva lo consignado en las actas de reconocimiento
del cadáver por más de cien médicos, escribanos y testigos, es
menester ver los documentos por ellos suscritos, pues en estas
materias, y después de haber examinado por nuestros propios
ojos (que alcanzan á ver lo que otros cualesquiera) el cadáver
de la ilustre fundadora, seguiremos la conducta de Santo
Tomás.
Y ahora preguntamos al Sr. Serrano: ¿Cómo explicaría
V. las señales de las manchas (|ue, según dicen, se ven en la
momia de aquella otra dama del mismo nombre y apellido que
custodian con veneración las religiosas del Convento de Santa
Clara, de Guadalajara? ¿Estuvieron acaso predestinadas las se-
ñoras de este nombre y apellido á abrasarse los rostros unas,
y partes del cuerpo otras, con aceito hirviendo y con tizo-
nes? Vaya V. á decir, si se atreve, á las religiosas de la capital
de la Alcarria y á las personas amantes de las tradiciones de
aquel pueblo, que la verdadera Coronel es la nuestra y que la
suya es Jalsijicada. Xo es por demás raro el caso de que (ünhot^
cadáveres estén nioniificados // con señales de can ferio, según
afirman algunos, y otros negamos, por lo que al de Sevilla res-
pecta,
Las religiosas de allá se íiiiidaii en sii argninento Aíiuiles
de Y., ¡en Ja fradiciín/!; por lo tanto, siguiendo sn crítica de
V., no debíamos ya ni intentar siquiera el recabar para las reli-
giosas de Santa Inés la honra de })Oseerol verdadero cuerpo de
su ilustre íundadora; sin embargo, ¿vaya (|U 0 en este caso so
aparta V. y deja á un lado la tradición? (Ciertamente que sí^
porque de respetarla seríamos los sevillanos los que perderíamos
á nuestra D.*'*' ¡María. Y no es solamente la tradición, sino las
historias de Guadalajara las (jue aseguran que, viuda doña
María, retiróse á aquella ciudad, confundiendo lastimosamente
á las dos damas, como está fuera de duda. Vea V., pues, que ni
á las tradiciones ni á las historias hay (pie dar tan entero crédito
como V. cpiiere, llevado de su amor desmedido á ellas y á su
crédula sencillez. ¿Y cómo hemos de fiarnos de tales relatos,
cuando en este caso nos encontramos con (jue las religiosas de
Guadalajara y personas que han examinado la momia que allá
se conserva dicen que es la de la esposa do \). J uan de la Gerda,
y aseguran (pie tiene señales de cauterio en la faz, otras, con-
fundiéndola con la insigue 1).='' María ( Coronel, mujer do Guzmán
el Bueno, atribuyen -á la misma el hecho dol tizón, y dicen que
ya viuda entró.se en Santa (Clara de Guadalajara y allí murió,
conservándose su cuer[)o incorrupto, (pie exhala un olor y fra-
gancia celestiales, mientras que á nosotros consta que de la
verdadera osi)Osa del héroe de Tarifa no quedan más (pie los
huesos? De otra parte, los historiadores sevillanos están certísi-
mos de que la yacente en Santa Inés fuá la del aceite, y la que
reposa en Santiponce la del tizón, sin (pie tampoco falte quien
niegue este hecho, fundándose en discretas consideraciones.
Vea V., Sr. Serrano, el cuadro armónico (pie en sus obras
ofrecen los antiguos cronistas é historiadores, que mal podría
compaginarse sin ayuda de una im parcial crítica, la cual, al
poner en claro el punto, sería ciertamente con menoscabo de
*- 4o —
líls tnidiciones do (kuidalajara, y en tal virtud no (luedariail
aíinellos naturales inny contentos.
Pasemos ahora á contestar la última de las notas (|ue nos
ha dedicado el Sr. Serrano, en la cual, abandonando el estilo
severo y grandilocuente, los arranques do santa indignación y
los rasgos de candorosa sencillez, aparece e.sgriniiendo la sátira
tan pulcra é ingeniosamente^ (pie causa maravilla ver que en
los estrechos límites de un cerebro tengan cíibida tanta variedad
do estilos. ¿Quién no ha de sentirse regocijado al ob, servar la
culta forma que emplea ])ara ridiculizar nuestras opiniones, el
donaire y agudeza, delicadísimas hligríinas de su ingenio?
¡Lástima grande que tan peregrinas cualidades se malogren y
no las juzgue el ])iiblico en apropiado escenario!
Dijimos, tratando de las obras que en mal hora ejecutó en
nuestra (liralda el mae.stro Fernán Ruíz desde IññB al (ib, (pie
en ellas nada hallamos digno de encomio ni e.stática, ni estética-
mente consideradas, y fundamos tal concepto en la dosi)ropor-
ci(')n del primer cuerpo do campanas con los tres restantes, en
lo macizo y pesado de la construcción, en los vulgares adornos
de los antepechos, pilares, entablamentos y vasos, añadiendo
<pie, realizadas estas obras en la segunda mitad del XVI, pudo
haberse hecho más, que no se hizo ])or(pie el maestro Ruíz no
seutía el arte. A lo ya expuesto diremos (pie siempre habíamos
creído, y lo peor es (pie seguimos creyéndolo, que toda obra ar-
tística (pie carezca do armonía no debe ser considerada como
tal; así, pues, en el momento en que á una singular fábrica
mauritana se le de.spoj a de la prístina terminación que tuvo,
armónica con el resto de la fálirica, y se la .sustituye por ciial-
(piier remate de otro estilo, sea el cpie sea, mutílase el monu*
mentó y se destruye su armónico conjunto, quedando lUsfmxada
al perder los principales ra.sgos característicos de su estilo,
damás podrán com)>inarso por an^uitccto alguno artes tan
-- 46
tliaiiietralinentü opuestos como son el árabe del segundo
período y el clásico-greco-roniano, tan diferentes en su esencia
ó espíritu, como en sus manifestaciones: cada uno de ellos
responde á la manera de sentir del pueldo que le dió vida,
y dicho se está que al tratar do combinarlos y armonizarlos
se conseguirá sólo realizar un acto de fuerza; pero si po-
sible fuera que aquellas masas adquiriesen el aliento de la
vida, arrojarían bien pronto lejos do sí á los testimonios
de su })rof anación, cuya presencia no podrían soportar, como
no pueden soportarlos pacientemente cuantos contemplen
tan extraña amalgama con los ojos de una crítica" imparcial
ajena á vulgares ajiasionamientos. ¿Y cómo podrán nunca per-
manecer en i)az ni confundirse en estrecho abrazo las admira-
bles proporciones del cuerpo principal, con sus elegantísimos
arcos tiimidos festoneados de lóbulos, sus ventanas angreladas,
sus tablas de finísimo ataurique, sus esbeltos ajimeces y sus la-
bores de encajes, con los macizos y fríos pilares del cuerpo de las
campanas, sus ridículos vasos con azucenas, y los otros de
piedra, que traen á la memoria los adornos que la piedad
sencilla pone ante las urnas de los Kiños desiis, los pesados
arcos de medio punto, apeados en pilares robustísimos del
segundo cuerpo, y, finalmente, con todo el resto de la ediñca-
ciónV
Aplicables son ciertamente á este caso las frases que se atri-
buyen al Emperador Carlos Y cuando al visitar las obras
malhadadas del crucero de la Catedral de Córdoba, dijo á aque-
llos capitulares: «vSi yo hubiera sabido lo que ibais á hacer no lo
habría consentido, ponpie lo que teníais no lo había en parte
ninguna y lo que habéis hecho se encuentra en todas.»
¿Ha visto V., Sr. Serrano, en determinado sitio-de la Giralda,
algún letrero que advierta que el remate de Fernán Kuíz se hizo
para visto desde Carmena, Alcalá, la Algaba ú otro pueblo?
47
Por(]^ue si sólo es para examinarlo á gran distancia, desde la
cual no pueda apreciarse más que el conjunto ó masa de la cons-
trucción, sin descender á contemplar sus pormenores, bien está;
sin embargo, iiosotros entendemos que así como al exponer una
estatua en una plaza ó monumento público, medita muy bien
su autor la manera de presentarla en condiciones para que re-
sulte bella mirada de todos puntos, de igual manera parécenos
que el maestro Ttuíz tendría en cuenta que la natural curiosidad
llevaría á propios y á extraños á examinarla de cerca; y á cierta
distancia bien se echa de ver los puntos que como artista alcan-
zaba aquel arquitecto. En el momento, pues, que el observador
se aleje lo bastante para no apreciar las bellezas de la fábrica
musulmana, y quede sólo una silueta, pase la profanación, pero
de lo contrario, si llega á descubrir los rasgos que acreditan su
ju'ocedencia, el efecto, Sr. Serrano, apesar de los encomios de
V. y de cuantos rutinariamente se los han prodigado, es lamen-
table.
En cuanto á los aplausos que ha merecido en todos tiempos
y á todas ])ersonas, habría mucho que hablar; V. juzga el mo-
numento y lo admira sólo como sevillano apasionadísimo por
todas las grandes oleras que encierra esta ciudad, y nosotros, que
ningunas pruel)as tenemos dadas de cariño á nuestra ])atria, lo
juzgamos como peores sevillanos que Y., bajo el concepto do
una crítica que no acepta esos apasionamientos, porque sólo
conducen á extravíos en el terreno científico, y (pie si de un hu-
manista del siglo Xyi como el docto canónigo Pacheco pueden
acejitarse en una hiperbólica inscri{)ción conmemorativa y á un
crítico, clásico, esclusivista como Cean y todos sus contemporá-
neos, no es tolerable á los ojos de la crítica moderna, que no ad-
mite por cierto esos esclusivismos y que encuentra la belleza en
todos los estilos, desde las imponentes construcciones románicas
bastados extravíos de Borromini y Churriguera. No queremos
— 48 —
privar á nuestros lectores do un sabrosísimo párrafo del señor
Serrano, que da clara idea de su criterio artístico:
«Suprimid por un momento, dice, la obra del siglo XVI, re-
construid imaginativamente el segundo cuerpo del alminar con su
remate de tres grandes globos esféricos, y tendréis, sí, un monu-
mento clásico árale (vaya una amalgama como la del maestro
Kuíz), con todo el sabor que se le quiera dar, pero nunca tendrá
q\q,ovíq> liermoso y artistico (!!!) de que en la actualidad se halla
revestida la Giralda, fuera aparte del contraste que formaría
al lado do la gran Catedral gótica, por lo que se ve que todo el
valor y encanto actual del monumento se debe al maltratado
maestro Ruíz, que no amenguó las proporciones de la gran fá-
brica musulmana, sino antes al contrario, las aumentó y engran-
deció en gmdo muy elevado». Tengan en cuenta los lectores que
quien así tan categóricamente se expresa, dice al princij)io de la
nota, modestamente, que ni es artista ni entendido: ¿pues si no
hubiese hecho e.sta aclaración, como se habría expresado? Sé'
paulo, pues, todos, propios y extraños: gracias al remate de Fer-
nán Ruíz podemos los sevillanos enorgullecemos con la Giralda,
porque aquél es quien le da todo el valor y encanto, y sin él ¿qué
vale la ol)ra musulmana? ¡Admirable, estupendo, no puede de-
cirse más en menos palabras! Dedúcese de todo esto (pie el señor
Serrano prefiere ver la Giralda vestida de máscara y extasiarse
con su remate, (pie es su parte más artística, y nosotros, por el
contrario, sentimos no A'erla como monumento clásico árale;
él cree que todo el valor y encanto del monumento so debe al
maestro Ruíz, y nosotros afirmamos que aquél jirofanó la obra
más hermosa de la arquitectura almohade; y, por último, al ver
que la Giralda ganó en altura, considera (pie no amenguó las
proporcione.s y elegancia de la torre con los cuerpos solire ella
amontonados y con los elegantes balcones que puso á los vanos,
y nosotros creemos que destruyó con ellos su arnuinico con junto.
— 49
Aliora bien: como al censurar las obras veriíicadas en la Gi-
ralda, ni nos mueven apasionamientos ni abrigamos la inten-
ción mezquina de amenguar el concepto artístico con que lia
pasado á nosotros el nombre del maestro Rníz, preguntamos: ¿la
responsabilidad del desacato cometido con la Giralda, puede y
debe ser imputada exclusivamente al citado arquitecto? Res-
pondemos que no, pues que aquél no liizo más que. cumplir los
deseos del Cabildo que, al necesitar un campanai’io para su
iglesia, no paró mientes en el daño que iba á causar, como acon-
teció al labrar el crucero do lacatedial cordobesa. Haya discul])a,
sí, para los unos y para los otros, ])ues no alcanzaban ni podían
sospecliar los daños que causaban al arte musulmán, ])ero no por
eso dejemos de lamenta]- las consecuencias del hecho, ni nos
lleveii nuestros exclusivismos al punto de aplaudir lo vulgar
desdeñando lo que era singularísimo.
Que la Giralda fue mutilada, que con el impropio remate que
ostenta })erdiósu })r¡stina belleza, bé aquí los puntos concretos
(jue la crítica seria no ¡modo desconoce]-, apartándose, co]no e]i
tantos otros casos, do la 0})inión suste]dada por los (pie, i]]capa-
ces de ver y apreciar ])or sus ])ropios ojos, sigue]] rutinaria-
]nente los juicios extraños.
Lectoi- a]nigo, perdojia si íuites de terminar dejo consigna-
das, para descargo de mi concie]]cia. algunas ligeras co]i.sidera-
ciones. Al cabo demás de vei]ite años de liabo]- dedicado exclu-
sivamente todos mis esfuerzos en pro de las artes y de la ar-
queología, sin n]ás estímulo que el del cariño áiiii ciudad natal,
después de liaber luchado con la i]idiferencia de unos, co]i la
ignorancia y basta mala voluntad de otros, para arrancar de la
de.strucción reliquias de ])asados tie]n])OS, acudiendo para con-
7
I
(
— 50 “
seguir tales liiies al libro, al periódico y hasta al prestigio que
lue prestaran las Corporaciones á (pie me honro en jiertenecer,
obtengo por recompensa que mis trabajos y sacriticios, ni aun
siquiera, me dan opción á envanecerme con el título de buen
sevillano amante de sus gloriosas tradiciones históricas y artís-
ticas. Triste es, en verdad, el caso, si yo hiera seriamente á
considerarlo, pero como })or cima de los ataipies del Sr. Serrano
se halla mi conciencia, que hasta ahora no me ha rejirochado de
haber perdido el tiempo en estériles lamentos, sino ([ue, })or el
contrario, me repite que cumplí como buen hijo, francamente,
te diré que no me apeno ni poco ni mucho por sus destempladas
censuras, impropias de (piien predica la caridad con el jiihjinio.
¿(¿ué, vale más sostener vulgares patrañas, (pie la mayor parte
de las veces redundan en menoscabo do la religión y del arto, ó
velar por los fueros do la verdad, aun cuando con ésta caiga por
tierra la disparatada máquina (pie levantara la ignorancia ó la
sencilla devoción? Yo o^itaré siempre por el segundo camino,
sin pretender que nadie siga mis [lasos. P]1 tiempo se encargará
de dar la razón á quien la tenga.
Noviembre 18U4.
Ereatas Advertidas
LEESE
DEBE LEERSE
Pag. 12 Lín. 9. Pávr. 2.o
(]ue con vendrá ul Sr. Serrano en
qne está muy bien ejecutada no
deberemos suponerla...
Pág. 16 Lín. 7
con arreglo al crítico anincológico
Pág 29. Líneas 3 y 4
escueto y descarnado del frío ar-
(pieólogo*
Pág. 29. Lín. 5. Párr. 2.''
de aserrarle el brazo
que convendrá el Sr. Serrano en
(]ne está muy bien ejecutada debe-
remos suponerla...
con arreglo al criterio arqueológico
escueto y descarnado del frío ar-
queólogo
de aserrarle un brazo
Por error de caja omitióse en la pág. 24 el siguiente párrafo, á continua-
ción del primero:
Dice el Sr. La Fuente (pie «la denominación de Antigua es relativa, y
como tal sign'ilica poco. Efigies de la Antigua bay en Toledo, Valladolid,
Burgos y otros puntos, y con todo no se pretende .pie tuvieran esa antigüe-
dad o-ótica, sino (pie se las denoniin.') así con resiiecto á otras casi coetáneas
en la misma población. Si liuliiéramos de creer á los partidarios de la
Virgen del Sagrario en Toledo, sería preciso conceder .pie ésta es de origen
más remoto .pie la Antigua (le Se\illa».
Filé impreso el presente folleto
en la Oficina de ''La Anda-
lucía Moderna,, jueves
XXIII de Octubre,
año del Señor de
mil ochocientos
noventa y
cuatro
años
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